1 dic 2008

No hay un plan

No hay un plan.

Ayer leía esa frase en un libro de economía. Y el caso es que eso lo podemos aplicar a nuestras vidas. NO HAY UN PLAN. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Fin. Puede sonar terrible. Pero debemos aceptar que eso es lo único real.

Así que aquí estamos todos nosotros. Navegando en el mismo barco sin haberlo previsto. Con rumbo desconocido. Sin un plan sobre la mesa. Con el viento de cara cortándonos de frío. Soportando tormentas. Disfrutando de la mar en calma y de las puestas de sol. Día tras día. Noche tras noche. Escuchando los cantos de sirena. Soñando que no somos lo que somos.

Pero la aceptación de la inexistencia de un plan no debe causarnos zozobra. Más bien al contrario. Precisamente eso es lo que hace tan valioso cada momento. Eso es lo que da sentido a lo efímero. Como el sentimiento de camaradería que surge entre los compañeros en un campo de batalla, así surge el amor, en sus diferentes grados, entre nosotros cuando nos sabemos navegando en un mismo barco dentro de la misma tragedia griega.

Y es que el mayor valor que cobra lo efímero es precisamente el ahondar en su propia definición. Cuando morimos todos nuestros recuerdos de aquello que saboreamos un día se desvanecen. Y qué mayor valor tendrán esas vivencias que el ser exclusivas de aquel que las vivió una vez. Esa caricia que no volverá. Ese beso.

Cuando algo es irrecuperable, ni todo el oro del mundo logra suplirlo.

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